miércoles, mayo 07, 2008

A propósito del comentario de Harald Beyer sobre el libro Teoría del Shock de Naomi Klein.

“Un libro que podría haber sido un aporte al debate, pero que se diluye por sus inexactitudes y su falta de rigor intelectual”.
¿Con qué moral se atreve a denostar el libro de Klein profiriendo semejante juicio de valor, Sr. Beyer, habiendo escrito un par de párrafos antes: “Pero lo que Klein no parece reparar que ello [“los contratos asignados discrecionalmente”] es precisamente porque el Estado es el que asigna en esos casos los recursos y no el mercado”?
El Sr. Beyer carece del mínimo “rigor analítico” que tanto pregona si considera que hay Estado en el territorio de Irak al momento de la firma de dichos “contratos”. ¿Puede haber “Estado de derecho” en un territorio ocupado por tropas extranjeras? ¿Qué ‘Estado’ puede haber en una zona de guerra? Es precisamente la falta de éste y no su presencia, como mal argumenta el Sr. Beyer, la que posibilita la existencia de dichos “contratos” abusivos.
Un Estado que no se puede sostener sin la presencia de tropas de ocupación, no es un Estado, a menos que hablemos de “Estado títere”. A lo sumo podemos hablar de un Estado fallido, al igual que Haití, Afganistán y, prontamente, Bolivia, donde lo único que existe es una organización de intereses locales (poderes fácticos) en colusión con los transnacionales.
Lo que más lamento es no poder leer el libro de la Srta. Naomi, ya que carezco del dinero necesario para comprarlo, por lo cual no me parece descabellada la afirmación del Sr. Galeano, que tanta urticaria le produce al Sr. Beyer.
Quisiera hacerlo, dado que ninguna de las notas escritas sobre él mencionan el aspecto de los “intereses corporativos” al que hice mención anteriormente, ya que es central para la comprensión de los procesos histórico-sociales aludidos en ambas notas sobre el libro. De no ser así, sería otra muestra de la miopía del enfoque periodístico de la autora, anulando su “aporte” al “debate”. No entender es como no ver.
Por otra parte, si la gran novedad (en términos editoriales) es la aparición de Chile, desde 1973, como el “conejillos de indias” en toda esta historia de “catástrofes”, denota el enfoque meramente periodístico del texto, ya que no es la primera vez que la historia de Chile es escrita fuera de sus fronteras. Para ello bastan dos ejemplos muy bien documentados.
Las guerras motivadas por los términos de explotación del salitre (del 79 y 91 del siglo XIX) tuvieron como instigadores los intereses del imperio Británico, ya que eran sus capitales los invertidos en dichas faenas. Cuando Bolivia intentó aplicar un impuesto a su exportación, tropas chilenas desembarcaron en Antofagasta, iniciando la Tercera Guerra del Pacífico (como sostiene el historiador Jocelyn Holt). Cuando el Presidente Balmaceda intentó crear un sistema de fletes ferroviarios alternativos, para el traslado del nitrato a los puertos más baratos que los monopolios británicos, el Congreso y la marina se sublevaron. Importante en este aspecto es el descubrimiento de documentos que prueban la intervención que el “rey del salitre” en la política interna chilena, financiando varios diputados, precisamente quienes encabezaron “el quiebre institucional”.
Todo esto demuestra que periodistas y economistas tienen algo en común: una memoria demasiado superficial. Dicha superficialidad permite la reiteración de las catástrofes en la Historia.

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